“Star Wars — The Last Jedi” o como vivir en las ruinas mitológicas de nuestros predecesores
Por Guillermo Zapata y Felipe G. Gil
Hace unos años ambos tuvimos un jefe que cuando íbamos a escribir un artículo, nos indicaba que debíamos hacer un ‘disclaimer’, como para explicar el chiste justo tras haberlo contado. Aquí van unos cuantos antes de empezar con nuestro análisis conjunto sobre “Star Wars Episodio VIII — The Last Jedi”.
1. Este es un texto lleno de spoilers. Entendemos que hay un debate abierto sobre el spoiler y lo raro que resulta cada vez más el guardar secretos hoy en día. Pero comprendemos también a aquellas personas que a estas alturas hayan podido sortear las filtraciones o las reviews, y que deseen enfrentarse a la ficción con una cierta virginidad narrativa. No sigas leyendo si eres de estos últimos.
2. Aunque es evidente que que esto no deja de ser un producto de Disney, que van a hacer todo lo posible por hacerlo rentable ad-infinitum y que muchas decisiones narrativas pueden ser explicadas precisamente a través de esto, somos muy de Henry Jenkins en respetar a quién consume ficciones mainstream y la capacidad de extraer de ellas metáforas políticas, sociales o culturales que nos ayuden entender las complejidades del ahora.
3. Hay muchas cosas cuestionables en este episodio: la sorprendente y extraña muerte de Snoke, el cada vez más irrelevante papel de personajes como C3PO o Chewbacca al deus-ex machina galáctico de Leia, cómo los personajes protagonistas siguen siendo blancos y aunque los personajes racializados tengan más protagonismo, siguen estando en un segundo plano, que no le hayan dado una muerte más lustrosa a nuestro querido General Ackbar (como estrellar una nave contra otra!) y un probable largo etc. En este texto nos hemos querido centrar en las potencias de la peli.
De la fuerza Jedi a la fuerza en común
Empecemos con el meollo. Los jedis eran un rollo. Una especie de monjes con poderes que deben salvaguardar la paz en la galaxia pero que se ven sometidos a todo tipo de privaciones que hacían de su vida un infierno monacal. El miedo a que Padme muriese fue el motor que lleva a Anakin Skywalker a traicionar a los jedis y a pasarse al lado oscuro. Pero el historial de represión sexual que llevaba el chaval bien pudo causarle un colapso entre midiclorianos y espermatozoides que seguro que también afectó.
Luke le dice a Rey que “la fuerza es lo que mantiene en equilibrio todas las cosas y no algo que pertenezca exclusivamente a los Jedis”. Vista así, la fuerza deja de ser un privilegio de unos pocos para ser una herramienta que cualquiera puede cultivar, entrenar y desarrollar para el bien común. “Los últimos jedis” hace alusión al hecho de que con la desaparición del lamentoso Luke, se extinguen los jedis, pero no la fuerza.
No era sencillo reescribir esa parte del mito en un contexto en el que ‘el amateurismo’ (entendido como la práctica artesana de algo que se ama) está poniendo patas arriba la noción de experto. Es cierto que sigue sobrevolando sobre todo lo que rodea a los poderes relativos a la fuerza una cierta cuestión vinculada al linaje. No obstante, Ben Solo (Kylo Ren) es nieto de Anakin Skywalker y de ahí que posea la fuerza. Pero si se confirmara que Rey es una simple hija de chatarreros, quedará demostrado que la fuerza podría ser un conocimiento aprendible y enseñable y no una especie de magia inaccesible a la que solo unos elegidos pueden tener acceso.
Esta idea de la fuerza como un elemento que mantiene en equilibrio todo queda patente también en la relación entre el niño oprimido y barrendero que atrae hacia sí la escoba al final (en un guiño que refuerza esta tesis). Rose, que además menciona haber vivido en condiciones de pobreza y esclavitud, es la encargada de liberar al último de los Fathiers (esa mezcla de Tauntauns, caballos y Fuyu de La historia interminable) de los que se escapa de las cuadras gracias a su huída con Finn. Hay uno de los planos aéreos, desde la perspectiva de la policía galáctica que los persigue, que pareciera remitir a la caza de animales salvajes. Curiosamente, esta no es la única referencia que llama a reconciliarse con el mundo animal. Hay otra que da un curioso zasca a la tecnología.
Intuición animal vs infalibilidad tecnológica
En un mundo donde casi todo parece posible, tecnológicamente hablando, resulta muy extraño que haya que sacrificar a una persona en una nave y no pueda ser teledirigida, o que cuando Rose, Finn y el decodificador están a punto de entrar en los dominios de la Primera Orden y una pantalla muestra un fallo en uno de los escudos, la solución del personaje encargado de chequear que todo está en orden sea dar unos golpecitos sobre la máquina (WTF).
Quizás, esta cuestión tan propia de Star Wars de rescatar las viejas artes (las espadas) y mezclarlo con la tecnología más avanzada (láser), se decanta una vez más por priorizar la intuición no tecnológica cuando hay que resolver un problema importante: una vez que Kylo Ren y su séquito están a punto de entrar en el refugio de Crait, ni uno solo de los droides (incluído CRPO y sus precisas estadísticas) son capaces de encontrar una salida. Son los zorros de cristal (Vulptices es su nombre oficial) quiénes guían a lo que queda de la resistencia hacia la salida, donde les espera Rey.
Hablando sobre la tecnología, resulta muy llamativo comprobar que una vez que se han dedicado a actualizar la historia a ciertos parámetros más contemporáneos siga sin haber ni rastro de los medios de comunicación. Lo sentimos, periodistas y tuiteros de éxito, sabemos que en la realidad sois super-importantes para crear opinión HOY, pero ni siquiera en el famoso discurso a la primera orden del General Hux (teñido de innumerables referencias a la disposición arquitectónica y gráfica de los nazis) durante “The Force Awakens” había una pantalla…lo que había eran banderas. ¿Por qué será esto? Interesantes serán las respuestas que hallemos, que diría Yoda.
Viviendo en las ruinas mitológicas de nuestros predecesores
Volviendo a otro de los meollos, “Star Wars: The Last Jedi” es una película que en su deseo por dialogar con la trilogía original y rendir homenaje a su mito, termina por poner sobre la mesa una cuestión de actualidad política y social: un grupo de jóvenes que intenta vivir en las ruinas mitológicas de sus padres y abuelos. Rey es la fan: en “The force awakens” se demuestra conocedora de la mitología vinculada al Bien: la fuerza, los jedis, Han Solo, Luke Skywalker. Es más, ella vivía en un destructor imperial en ruinas y poseía un casco rebelde que usaba para fantasear con cambiar de vida y dejar de ser una chatarrera (¿qué hay más fan que poseer un objeto que representa un universo de ficción que amamos?). Kylo por el contrario representa la visión insurrecta y al Mal: a pesar de sus dudas, tiene claro que no quiere ser ni como Luke, ni como su Padre y ni siquiera como Leia.
Ambos están atrapados en esa mitología como lo pueden estar quienes sigan queriendo ver en Star Wars un universo narrativo que solo responde al devenir del rumbo. Y ahí parecen erigirse dos opciones: reconciliarse con ese pasado y seguir adelante (Rey) o permanecer insurrecto, negar el pasado y destruirlo todo (Kylo). Curiosamente y aunque Rey representa ‘la resistencia’, políticamente parece más radical y menos conservadora la postura de Kylo. Sin embargo, oh, parece que choca de lleno con la Declaración de los Derechos Humanos y con la cosa de no exterminar a todo quisqui para reformar el sistema.
En ese juego constante de autoconsciencia con respecto a su propio origen, hay ciertas diferencias que parecen ser relevantes: Darth Vader esperó casi hasta su muerte para rebelarse contra su maestro, el Emperador Palpatine, mientras Luke gritaba “¡Padre, padre!” a punto de ser aniquilado por éste y, dándose cuenta de que había sido manipulado, cambió el curso de la historia y acabó con el que había sido su mentor. Pero Kylo…no es Darth Vader. No es un aprendiz manipulado y llevado hasta la monstruosidad. Kylo se muestra muy humano en determinados momentos (como cuando se niega a disparar a la nave en la que va su madre) y a la vez, al terminar con Snoke (personaje que empieza a vislumbrarse como un señuelo para demostrarnos hasta dónde puede llegar Kylo) proyecta su determinación y sus deseos anti-sistema. No porque se haya dejado convencer por Rey, sino porque quiere y porque le interesa.
Los Jedis como metáfora de la Academia
Otro de esos momentos de guiño autoconsciente es la aparición de Yoda. Justo cuando Luke se da cuenta de que hay que quemar los libros Jedis y el templo en el que son escondidos (ese icónico árbol), Yoda aparece para hacerlo el mismo y para aleccionar a Luke diciéndole que esos libros eran muy aburridos y que total, Rey ya posee el conocimiento que hay en ellos. A pesar de la trampa narrativa de que aparezcan casi al final de la película en un cajón del Halcón Milenario, lo cierto es que el sufrido Luke y su historia demuestran la crisis de las instituciones educativas: Kylo quemó la Academia Jedi porque se pasó al lado oscuro. Pero queda claro que tras relatar hasta tres veces diferentes la escena en la que eso se desencadena, es Luke, su miedo a no gestionar el poder de su ‘púpilo’ y su fracaso como profesor lo que desatan los acontecimientos. Yoda da en el clavo: es la perfección y la búsqueda de la misma lo que generan un modelo educativo nefasto: transmitir fracaso y vulnerabilidad son tan importantes como la búsqueda de la dichosa excelencia. Quizás ahí resida el interés en retratar tan patéticamente a Luke: una generación obsesionada con ‘ser los mejores’, con el Estado del Bienestar, que se olvidó de explicarle a las generaciones siguientes que fallar y equivocarse también deben formar parte del lado luminoso de la fuerza.
En la quintaesencia de esa autoconsciencia, la escena de Kylo enfrentado a un avatar de Luke (con una barba muy bien perfilada y sin canas, por cierto) es también de una potencia metafórica y política muy profunda: Kylo, ese ser que desea acabar con todo, especialmente con su maestro, se enfrenta a la nada. Dispara con todos los cañones posibles a ese pasado y cuando llega abajo, se enfrenta a un espectro. Más allá de lo criticable que parezca a algunos que la última aparición de Luke Skywalker sea por Skype y en versión Second Life, lo cierto es que esa idea de que alguien ya no tiene relevancia en la historia y es precisamente su imagen proyectada lo que sigue perturbando a quienes ahora lideran y protagonizan el ahora, es muy útil para pensar nuestro presente social y político. La pregunta para el personaje de Kylo es, ¿tendrá redención o seguirá su camino hacia la insurrección absoluta?
La fuerza feminista
Hablemos ahora de feminismo. Es cierto que Rey es blanca y que aún no tiene la potencia como personaje que pudo llegar a tener Leia (hija huérfana, criada por dos diplomáticos, princesa que practica el parlamentarismo pero al mismo tiempo es capaz de blandir armas y luchar contra el Imperio). También es cierto que introducir personajes femeninos es una estrategia de marketing acorde con los tiempos que corren (Katniss Everdeen en los Juegos del Hambre o Cruz Ramirez en Cars, por citar dos ejemplos dispares). Pero nos arriesgamos a decir que en “The Last Jedi” esto va un poco más allá (y quizás nos pueda el lado fan).
En dos momentos álgidos del desarrollo de la película podemos ver un zasca al modelo de heroicidad masculina en los que se ridiculiza abiertamente el mansplaining. Primero, cuando Poe Dameron cuestiona la autoridad de la Almirante Holdo e incluso fuerza un motín para robarle el control de la nave. Más tarde y tras ser reducido por Leia, entenderá que ya había un plan que no consistía en “destruir cosas”, sino que consistía en refugiarse para ganar tiempo y pedir ayuda.
En otro momento clave, cuando Finn está a punto de auto-inmolarse en la batalla del Planeta Crait y terminar por convertirse en el héroe que supuestamente ya era por haber desertado de la Primera Orden, Rose se juega la vida para apartarlo de su infernal destino en el cañón y recordarle que las revoluciones necesitan “salvar lo que se ama” y no simplemente “destruir lo que se odia” (a pesar de ese inoportuno beso del final de la escena). Podemos ver estas cuestiones como estrategias de marketing o podemos considerar que el feminismo como movimiento social transversal está consiguiendo cambiar el sentido común incluso de las historias mainstream y que ya no hay vuelta atrás en esto.
Porque más allá de Rey o de Rose, que además representan la acción, la clave de esta centralidad política de las mujeres está en su peso específico en las cuestiones estratégicas. Tanto la táctica ideada por la Vice-Almirante Holdo de ganar tiempo repostando los transportes para llegar hasta el planeta Crait y enviar un mensaje de socorro al resto de la Galaxia (que fracasa porque DJ, el personaje que interpreta Benicio del Toro, se chiva, no porque fuera un mal plan), como las decisiones más importantes que afectan a la Resistencia que son lideradas por Leia, son tomadas por mujeres…mayores.
La clase social entra en juego
Siguiente en esta línea de interpretar si las luchas sociales conquistan imaginario público reflejado en las películas mainstream o si por el contrario la industria capitaliza y vampiriza esto, además de esta perspectiva de género, otra de las tramas que actualizan el relato de Star Wars a nuestros tiempo es la inclusión de la cuestión de clase. Canto Bight es un Mónaco intergaláctico donde por primera vez podemos ver a un personaje desconocido hasta ahora en toda la saga de Star Wars: los ricos. Además de que se les perciba al margen de todo, hay varias referencias explícitas a su papel: desde Rose explicando a Finn que son ellos los que se benefician de que haya una guerra hasta DJ explicando a Finn que lo mejor es no tomar partido mientras observan en una nave robada que alguien había vendido naves tanto a la Primera Orden como a los Rebeldes.
La inclusión de esta trama abre además la puerta a historias que puedan deshacer la vieja dicotomía entre “el bien” y “el mal”, entre la luz y la oscuridad. Hay a quiénes les da igual que reine una República o un Imperio siempre que puedan seguir enriqueciéndose. A pesar de lo ridículo y odioso de Canto Bight, la idea de pensar que en el fondo Resistencia y Primera Orden son una minoría obsesionada con establecer el statu-quo y que el fondo la Galaxia sigue su curso, también tiene su gracia. Desde luego, la Primera Orden no ha sido capaz de representar el totalitarismo (político) del Imperio de Palpatine. Es complicado tomar en serio al General Hux cuando en la original teníamos al imponente Peter Cushing. Faltan SEÑORES MAYORES en la Nueva Orden.
Quizás quepa preguntarse, ¿quién gobierna ahora en la Galaxia? No parece ni la república parlamentaria en la que participaba Padme, ni el Imperio sin piedad de Palpatine: la Primera Orden manda pero no parece erigirse como un poder total que todo lo puede y a la vez, los rebeldes (en esa no respuesta al mensaje de Leia en esta última película) parecen ser bien pocos (a pesar del plano final de los niños, una vez más en otro guiño a la autoconsciencia: reunidos en círculo y contando historias sobre sus nuevos héroes).
Respetar el mito, emularlo o remezclarlo
Sea como fuere y volviendo a uno de los disclaimers: parece claro que al igual que en la realidad, la clave del futuro de Star Wars es como quiera dialogar con sus fans y dejarse afectar más allá del marketing y las ventas. Tanto amor por una saga de ficción se merece que la principal metáfora presente en la trilogía más reciente, la de cómo vivir en una mitología creada por nuestros predecedores, desemboque en algo que no sea una simple instrumentalización de la nostalgia con fines económicos sino la democratización de la historia con el fin de complejizar las metáforas que en ellas aparecen: considerar al fan no simplemente como un consumidor pero como el auténtico poseedor de ‘la fuerza’ fuera (y dentro) del universo de Star Wars.
Y aunque esto sea una quimera que muchos ven como algo lejano, puesto que el auténtico Imperio es Disney y luchará por controlar y maximizar la rentabilidad de Star Wars…los fans somos la resistencia narrativa y la industria en ocasiones es mucho más porosa de lo que pudiera parecer, especialmente si se ejerce la fuerza colectivamente.