Nadal, Bluesky y el tobogán del amor ultraprocesado

Felipe González Gil
7 min readFeb 28, 2025

--

Fotografía de Brody Richardson

Reconozco que me está costando dejar Twitter. Es una mezcla de factores: nostalgia, por tener asociadas algunas de las mejores memorias que tengo de Internet (Hemato, la política ficción, el nacimiento de los hilos, memes activistas… en fin, de todo). Pereza, por tener que empezar de cero en otro sitio, sabiendo que es la red social en la que más gente he conocido. Y, por último: curiosidad. Por ver cómo se derrumba un lugar. Hay una cierta belleza en las ruinas y una parte de mi quiere ver cómo termina esto.

Hace mucho tiempo abrí una cuenta en Bluesky. Un amigo que sabe mucho de Internet y de contar historias me recomendó empezar allí. Sin pensarlo mucho, abrí una cuenta. Pero la dejé así, sin más. Hace unos meses y ante una de las oleadas que animaban al éxodo desde Twitter, decidí publicar un vídeo al que le había puesto mucho cariño. Un vídeo sobre la retirada de Rafa Nadal.

Cualquiera que me conozca sabe que cultivo con pasión mi relación con el deporte. Aunque mi perfil público está asociado a ZEMOS98 y lo cultural-político, no son pocas veces las que me he asomado a significarme en temas vinculados al deporte. Como cuando comparé el cambio de sensibilidad asociada a la imagen de Iniesta y la selección española de fútbol. “Un bailarín en un mundo de gladiadores”. Como cuando escribí sobre el documental de la vida de Arthur Ashe, el primer tenista afroamericano en ganar en un torneo que siempre ha sido la máxima expresión de blanquitud. O preguntándome en 2017, ¿y si arreglar el periodismo deportivo ayudara a mejorar la democracia? Y sobre el propio Nadal, para decir en un texto que se publicó originalmente en Playground (que desapareció junto con la web) que se titulaba: “Rafa Nadal: deportista extraordinario, ciudadano ordinario”.

Mi admiración por el deportista no me ciega políticamente. Nadal ha hecho muchas declaraciones públicas sobre diversos temas que se alejan de mi forma de pensar. Especialmente en todo lo referente a la falta de paridad y los temas de género en el deporte. Lo que ocurre es que ay, no elegimos lo que nos conmueve. A mi Nadal me ha emocionado muchas veces viéndolo jugar. Y me ha hecho llorar, como se ve en el vídeo.

Empecé a escribir el guión del vídeo para intentar explicar, sobre todo, la parte “extraordinaria” del deportista, con una leve mención inicial a su parte “ordinaria”. Lo hice como un homenaje a una persona que, en una pista de tenis, me ha hecho sentir cosas durante una etapa de mi vida que difícilmente vuelvan a repetirse. Lo hice para deconstruir y entender mi pasión.

Reconozco que hacerlo y publicarlo ha sido un ejercicio para intentar desprenderme del complejo que supone ser su fan, especialmente para muchas de las personas que conozco y con las que me relaciono: si eres de izquierdas no mola ser fan de Nadal, eso suele ser así. Pero a la vez, pensé: me han dicho que Bluesky es un lugar seguro, como lo era Twitter al inicio. El texto que acompañaba mi publicación era:

Nadal se ha retirado. Sé que es un ciudadano ordinario con muchas cosas criticables…pero también es un deportista extraordinario que nos ha hecho felices. Con su despedida se cierra una etapa de mi juventud. He hecho un vídeo donde cuento por qué lo he admirado.

Días después me contestó una persona que no conocía de nada, diciéndome: “100% de acuerdo. Enhorabuena por el vídeo, el tenis nunca volverá a ser lo mismo”. Y le dije “Mil gracias”. Ya no volví a entrar hasta dos meses después. Ahí fue cuando me encontré dos comentarios. El primero, de una persona que respeto políticamente y admiro profesionalmente, diciéndome: “Bueno, vale, de acuerdo, peroooo…. Le falta un tobogán…”. Otra persona a la que también que respeto añadió en el hilo “He pensado lo mismo…Le falta un tobogán!!!!!”. Yo contesté diciendo “No entiendo!”, intuyendo que había algún código que se me escapaba en la respuesta pero que se trataba de algún contexto de humor que me era ajeno. Por fin, una tercera persona a la que también admiro y además le tengo mucho cariño, me contestó en público con este vídeo:

Esa misma persona me explicó en privado, de forma muy didáctica, lo siguiente: “La canción de ‘El tobogán’ habla de un ricachón que se ha hecho un chalé pero está triste porque a la piscinaca que se ha hecho le falta un tobogán. En el ámbito catalanoparlante (ZOO eran valencianos) la frase se ha convertido en un latiguillo equivalente a un “Sí, pero…”. Le di las gracias, acompañado por “😘”. A las otras dos personas les contesté con un lacónico “👍🏼” que ellos zanjaron con un Me gusta.

Entiendo que en cualquier otra circunstancia este intercambio podría haberse quedado ahí. ¿Cuál sería vuestra interpretación de la situación? La mía inicial, no lo voy a negar, fue el cabreo. Ese “sí, pero”, que me explicaba en privado el otro amigo, era de manual. Y os voy a ser muy sincero: es evidente que la visceralidad atraviesa mi interpretación de este tema. Porque me recordó a otro incidente digital que me sucedió hace unos años.

En 2018 y en medio del agobio de no encontrar piso de alquiler y de vernos obligados a enseñar en el que vivíamos porque estaba a la venta, escribí un texto titulado: “El fin del mundo me pilló fregando una casa que no era mía”. Se viralizó mucho, hasta el punto de terminar interviniendo en La Ventana de la SER, en Buenismo bien o en Antena 3. Y recibí miles de comentarios, entre ellos mucha gente indignada por lo que consideraban una “inmadurez” por mi parte. Una especie de “es el mercado, amigo”. Decidí contestar educadamente a todo el mundo y eso generó una segunda ola de viralidad. Y en ese proceso de intentar entablar diálogo con quien te insulta, descubrí algo terrible: Muchas de las personas que se acercaban enfadadas a mi perfil me reconocieron que ni siquiera se habían leído el texto.

Entonces…Estas personas a las que respeto y admiro por diferentes motivos, ¿se habrán visto entero los 8 minutos y medio que dura mi vídeo? ¿Habrán decidido, aún así, hacer un comentario irónico para señalarme la incongruencia de mi fandom con una persona que está lejos de nuestros idearios políticos? La verdad es que no se los he preguntado, pero si lo hicieron, permitidme decir que parte de mi cabreo estaría justificado. A una persona que muestra en un vídeo que ha llorado de emoción no sé si un “Sí, pero…” es la respuesta más sana del mundo. De todas formas, le he dado más vueltas al asunto.

Siendo como soy un ferviente seguidor del humor, me parecería desdibujar demasiado mis principios. Si tengo una bandera que ondear esa es la del humor, especialmente si no es un humor opresor o supremacista, como canta Jesús Bienvenido con Las Ratas:

Yo soy un carnavalero
Un soldado de febrero
Un hijo de la libertad
Y no un bufón de palacio

Soy capaz de ver la finura de criticar al rico, no simplemente por lo evidente, sino a través de la figura de un tobogán. De señalar que, quizás, hay accesos a la felicidad y a la diversión que siguen a salvo del dinero. Me avergüenza un poco verme reflejado en la figura del “fan ciego”, aquel que no es capaz de encajar con deportividad una broma. Y no nos engañemos: si esa misma broma se hubiera producido en un contexto con muchos más matices (es decir, en persona y acompañada de un diálogo rico y complejo sobre las contradicciones de nuestras pasiones; ya sean Nadal, la Nutella o el independentismo catalán) , probablemente no habría escrito este texto.

Entonces, ¿tengo la piel muy fina? ¿O quizás mis colegas han sido un poco descuidados? Seguramente ambas sean parcialmente ciertas. Pero más allá de nosotros, mi conclusión es que una de las cosas que hemos dejado que se estropee en nuestro uso de las redes sociales tiene que ver con el amor. La velocidad (como cuando nos tiramos de un tobogán que está oxidado) no siempre es tan divertida. Nuestra omnipresencia digital y la inflación afectiva tienen un precio a pagar. Transitar los espacios donde se mezclan filias y fobias intensas con rapidez y superficialidad tiene consecuencias dañinas. No siempre es así, lo sé. Y no es que haya dejado de haber amor cuidadoso en redes. Lo que sí tengo claro es que da igual que estemos en Bluesky, en X o en Instagram. Porque a veces, sin darnos cuenta, también nos tiramos por el tobogán del amor ultraprocesado.

Una primera versión de este texto no incluía este párrafo final. Antes de publicar este texto en redes se lo mandé a los protagonistas de la historia. Y tengo que decir que ha habido un final feliz. Hemos podido conversar “en un rincón oscuro del bosque” (como uno de ellos me dice) con cariño e intimidad sobre las cuestiones que verdaderamente importan. Y el malentendido ha quedado resuelto dejándonos quizás un aprendizaje. Necesitamos usar más esos espacios ‘no visibles’ de Internet para resintonizarnos, para intercambiar pareceres, para hacer comunidad.

--

--

Felipe González Gil
Felipe González Gil

Written by Felipe González Gil

May the remix be with you. @ZEMOS98 | @eldiarioes |

No responses yet