Macron durante el desfile de la banda militar francesa el pasado 14 de Julio.

Los míos

Felipe González Gil
5 min readJul 18, 2017

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“Un buen drama, una buena tragedia, no es un mensaje, ni un panfleto, ni una declaración de principios, ni un manifiesto de ningún tipo. Es la representación de un dilema, de un conflicto que no tiene una solución fácil. O mejor aún, que no tiene solución.” Sergio Barrejón

Cuando sujetas a tu hija en brazos sueles tener algunos pensamientos viscerales que revelan la naturaleza de tu condición humana. Los hay de todo tipo. Desde el “ahora mismo desearía llamar a Marty McFly y que me llevara a mis 20 años” para poder correr desnudos por la Alameda como predijera Jaron hasta el “¿Qué resistencia real debo oponer al hecho de que uno de los familiares que la rodea acabe de decir en voz alta tras verlo en la tele que ‘a ese de Esquerra Republicana hay que enviarlo al paredón’?.

La micropolítica era eso, ¿no? A mis 36 no tengo nada claro quién soy y eso me genera un conflicto. Me comporto como si fuera un adolescente intentando seducir a un millennial-periodista que acabo de conocer porque pienso que él representa lo que yo podría haber sido y no fui (y porque tiene flow). Me peleo vehemente con mis compañeros de trabajo-vida por cosas que ni siquiera tengo del todo claras. Espío cuentas de Twitter hasta el final de gente que potencialmente podría darnos dinero. Pierdo batallas contra el clickbait y contra un editor que me deniega hablar sobre el spinner pero que intenta añadirle “feminismo” al título de cualquiera de los textos que me publica. Como sano y ecológico entre semana y hamburguesas y pizzas el fin de semana. Confío tanto en Sofía que a veces la sobrecargo con decisiones absurdas que ponen en duda mi capacidad para actuar con autonomía. Y a veces actúo siendo el padre que no me gustaría ser. Soy un mess y no un messi, vaya.

No fui un niño propenso al conflicto. Todavía recuerdo la primera vez que tuve que experimentar lo que en aquel momento entendí como una “prueba de masculinidad”. Yo estaba en Quinto de EGB (10 años, un xennial antes de que existiera Internet) y Jose Antonio se estaba riendo de mí en la cola para entrar al cole. Mi amigo Anibal, mucho más de barrio que yo (yo vivía en una Urbanización llamada Ifara, no en “Los Campitos”, donde estaba mi cole y donde vivía la gente da real hood) me animó a que le pegara para pararle los pies.

Lo planifiqué todo y un una mañana de Lunes me fui hacia él convencido de que iba a ganar. Ya por aquel entonces tenía muy bien asentadas las nociones de competición que siguen muy presentes en mi identidad (hoy civilizadas y reconducidas a espacios donde no hago daño físico a nadie). Me acerqué a él y decidí comenzar a vacilarle como él había conmigo otras tantas veces. Pero sin que me lo esperara, empezó a zarandearme y a pegarme.

Recuerdo vívidamente que llevaba puesta una camiseta que habíamos comprado en un viaje a Irlanda para ver un concierto de U2. ¡Maldito clasemediero, estaba destinado a perder! ¿Cómo iba a ganarle un chaval de barrio otro que llevaba una camiseta de un viaje a Irlanda? En fin, la camiseta quedó hecha un guiñapo pero por lo menos el dibujo quedó intacto y aún lo conservo. Estuve temblando unas dos o tres horas y acojonado de que Jose Antonio decidiera pegarme otra vez. Estaba amedentrado y ahí fue cuando me di cuenta de que me iría mejor en el Balonmano que en las peleas de barrio.

Volviendo a mi identidad: no tengo una página de Linkedin. 36 años y toda mi carrera profesional en la misma empresa. Great. Ya no soy oficialmente joven para la Unión Europea, no escribo párrafos cortos y aunque he usado Vine intensamente, entiendo los GIFs y uso de verdad un spinner con genuina pasión, no soy un millennial. Entonces, ¿por qué narices he solicitado que me verifiquen la cuenta de Twitter? La gente piensa que mola, pero en el fondo es un patético y último intento desesperado por molar. Si no sé quién soy, ¿cómo puedo saber quiénes son los míos?

Como os decía, sosteniendo a un bebé es una buena forma de salir de este recalcitrante peter-panismo que se desprende de este texto. Una forma, de hecho, bastante tangible de entender la vulnerabilidad, la interdependencia y el sentido de construir un mundo en común. Pero claro, ¿Cómo puedo construir el mundo en común con los tipos que no paran de enviar chistes homófobos y machistas a mi grupo de ex-alumnos del colegio? ¿Cómo puedo construir un mundo en común con una tipa que al enseñarme el piso me deja claro que en el bloque ese “no hay inmigrantes” como si eso fuera hacerme sentir mejor? ¿Cómo puedo construir un mundo en común con los tipos de mi gimnasio, para los que el feminismo es una especie de plaga que pretende el exterminio del hombre?

¿Cómo puedo construir un mundo en común si no es con los míos? ¿Cómo se gestiona la violencia de ese conflicto?

Para ese familiar que antes pretendía enviar al paredón al político de ERC, “los míos” son “los de Podemos”. Casualmente y un rato después de la noticia del desafío catalán, aparece Guille otra vez siendo objeto de noticias distorsionadas y esos “supuestos míos” deciden iniciar una sucia estrategia para desmantelar cualquier disidencia que distraiga los ‘intereses del partido’. Cuando aparece Ramón Espinar y le preguntan por el tema contesta con lo que intuyo que es un elegante pero profundo cinismo. Y pienso: “este no es de los míos”.

Tampoco son delas mías las personas que se autodenominan feministas y acosan a otras hasta el derribo en redes. Tampoco lo son quienes en nombre de causas mayores dejan de reírse de sí mismos y pretenden que solamente nos riamos de “los otros”.

¿Qué soy pues? ¿Soy de centro? ¿Soy un conservador? Lo que sé seguro es que tampoco soy ningún santo. Cualquiera que me conozca sabe que no siempre soy un pacifista que va acariciando palomas blancas y repartiendo abrazos. Que probablemente si tuviera que romper la camiseta de otra persona por mis hijas lo haría. Entonces, ¿quién demonios soy y quiénes son los míos?

Sigo sujetando a mi hija y ahora estamos a solas. Veo que la noticia de Guille ha dejado paso a otra. Ahora sale el desfile de la banda de música del ejército francés. Veo a Macron y recuerdo cuánta polémica se armó porque algunos de “los míos” se negaron a aceptarlo como mal menor frente a Le Pen y criticaban su enmascarado neoliberalismo.

De repente me doy cuenta de que lo que la banda está tocando es Daft Punk. A pesar de tratarse de un ejército, me excitó intelectualmente en silencio al darme cuenta de lo que es pero no tengo a nadie con quién compartirlo en ese momento. Observo fascinado la cara impertérrita de Trump que no entiende lo que es una evidente pero ingeniosa herramienta de marketing. Y entonces veo que Macron sonríe. Sonríe de verdad. Yo también sonrío. S0nrío de verdad.

Por un instante me siento menos perdido y creo que, al menos hasta que termine la noticia del desfile, “Macron es de los míos”. O al menos sé que si llegados al punto de tener que rompernos las camisetas el uno al otro, podríamos acudir a “Get Lucky ”para no hacerlo.

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