Halloween y el derecho al disfraz

Felipe González Gil
4 min readNov 1, 2023

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Yo disfrazado de jugador de póker muerto. O algo así.

Una vez más Halloween ha llegado y, como es costumbre, no han faltado los comentarios en diversos formatos que cuestionan que esta es una fiesta importada y una americanada. Desde memes que sugieren que, en lugar de “truco o trato,” deberíamos comer castañas o nueces porque estamos en España y no en Wisconsin, hasta sesudos mensajes en Twitter que nos hablan de lo perjudicial que es el consumo de azúcar en este día, o de cómo importamos rituales culturales de USA sin cuestionar cuáles son los propios…

Es agotador ver todos los debates culturales desde una perspectiva dicotómica que no permite matices. Es saludable conocer el origen de los rituales que van más allá de lo religioso y que se arraigan en nuestra cultura. En Extremadura, por ejemplo, el Día de los Tosantos implica ir al campo a comer frutos secos de la época y a recordar a los que ya no están; en Canarias, se conoce como el Día de los Finados, y se brinda con ron miel en honor a quienes se han ido. Yo vivo en Sevilla, y reconozco que, hasta donde yo sé, no son fechas señaladas en las que se imponga un ritual que haya trascendido…hasta que comenzó a suceder con Halloween.

En los últimos años, la idea de que los niños y niñas se disfracen el 31 de octubre se ha ido introduciendo en las escuelas. Los bazares, auténticos indicadores culturales de las tendencias infantiles, han estado llenándose gradualmente de productos relacionados con Halloween durante años. En la última década (que coincide con la edad de nuestra hija mayor), esta festividad ha ido ganando terreno de manera constante, y cada vez es más común ver no solo a niños y niñas disfrazados, sino también a adultos. Las tiendas se han subido al carro y saben que hay un atractivo comercial. Más allá del debate binario, resulta interesante observar cómo esta festividad se está extendiendo y arraigado culturalmente.

De donde provengo, Tenerife, una de las fiestas públicas por excelencia son los Carnavales. Como cualquier fenómeno cultural popular, es complejo. Hay miles de Carnavales dentro de los Carnavales: las murgas, que interpretan música y humor; las comparsas, que bailan en espacios públicos; las pequeñas casetas de las asociaciones de estudiantes que las utilizan para recaudar dinero; los grupos de amigos que se ponen de acuerdo para disfrazarse bajo una temática; y la gente joven (y no tan joven) para quienes es una excusa para salir, beber y desfasar por unos días. No obstante, siempre hay un denominador común: el disfraz de Carnaval abre la puerta a la posibilidad de asumir otras identidades.

Hace unos años, y como me recordó hace poco un amigo, Slavoj Žižek dijo: “Lo que me interesa sobre estas identidades asumidas, no sólo en Facebook, sino en general, en aquellos espacios donde puedes inventar una identidad falsa (…) es cómo puede haber más verdad en la máscara que adoptas que en tu yo real y profundo. Siempre he creído en las máscaras. Nunca he creído en el potencial emancipatorio del gesto ‘vamos a quitarnos las máscaras.’” A Žižek no hay que escucharlo fuera de contexto ni con el estómago vacío. Pero esta reflexión toca uno de los aspectos esenciales para entender la expansión de Halloween. Dudo que alguien se disfrace de asesino macabro porque esa sea su identidad más profunda, pero creo que lo que sí sucede en el acto de disfrazarse es una suspensión de tu identidad cotidiana.

Nuestra identidad cotidiana no es homogénea ni está exenta de matices. Ganamos o perdemos peso, nos cortamos el pelo, cambiamos el estilo de nuestra ropa y tenemos una energía diferente según el momento de la semana o nuestras preocupaciones. Sin embargo, existe una cierta inercia, especialmente en lo que respecta a ciertas identidades normativas, que dicta cómo debemos comportarnos en el espacio público a medida que envejecemos. Esa suspensión de las reglas identitarias me parece una oportunidad para introducir el juego y el humor. Creo que eso es lo que representan los disfraces: la posibilidad de jugar a ser otras personas y reírnos unos con otros tras relajar las normas e inercias que dictan quiénes debemos ser en función del contexto social.

Por eso precisamente y más allá de las contradicciones culturales o del exceso de azúcar, la incorporación de Halloween no es en absoluto una mala noticia desde una perspectiva cultural. Especialmente en lugares donde ni siquiera se celebran los Carnavales, como en Sevilla. Cualquier ocasión para disfrazarse representa una oportunidad para usar la imaginación y jugar a ser otras personas. Esto es algo importante en la infancia, pero también un alivio para los adultos, quienes desafortunadamente jugamos cada vez menos…

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